“A pesar de su prolongada reputación como una de las facultades humanas más pobres, el sentido del olfato posee sin duda el poder de conectarnos con el mundo que nos rodea, de revelar detalles invisibles e intangibles de este y de estimular sensaciones y pensamientos intensos: en resumen, de hacernos sentir tan plena y humanamente vivos como podemos estarlo.”
Aromas del mundo - Harold McGee
Los olores tienen esa magia de transportarnos, de hacernos viajar a otro momento de nuestras vidas tan solo percibir esas pequeñas moléculas volátiles en el aire.
A mí el olor a café me recuerda la casa de mis abuelos paternos, porque las mañanas y las tardes eran de café. Y no solo para el desayuno o la merienda, la cafetera estaba siempre lista, sobre la hornalla, con el saco puesto y el café molido del día. Mi abuela vertía agua caliente de tanto en tanto para que nunca estuviera vacía. El café siempre estaba disponible para que cualquiera de la familia o una visita inesperada pudiera servirse si lo deseaba.
La verdad es que era un poco aguachento, pues el café nunca, o casi nunca, se recargaba. Mi abuela lo hacía durar y lo estiraba a lo largo del día. Pero lo importante es que nunca faltaba una taza caliente para compartir. Y el olor perduraba todo el día.
Hoy, lejos de esa infancia, muy lejos de esa casa y aún más lejos de mis abuelos, vuelvo a sentir ese olor, que me transporta y me conecta con ellos y con esos momentos. Es un recuerdo de solidaridad y de amor. De ofrecer lo mucho o poco que se tenía. De compartir con una familia numerosa que se extendía día a día con la visita de amigos y vecinos.
Un poco de historia, de experiencia personal y de datos 🤓
El café, como mis abuelos y como yo, es también un migrante, tuvo múltiples movimientos a lo largo de la historia hasta posicionarse como una de las bebidas más consumidas. Su expansión fue impulsada por el comercio, la colonización y la creciente demanda global.
Nació en Etiopía y sus semillas viajaron a Yemen en el siglo XV, lugar que se convertiría en el primer centro de cultivo y comercio del café, incluso dando nombre al famoso café moka, por su puerto de Moca (Al-Makha). Así, el café comenzó su peregrinación hacia el norte, conquistando poco a poco los países árabes. Llegó a Europa en el siglo XVII gracias a los venecianos que comerciaban con los otomanos, instalándose en Venecia las primeras cafeterías europeas. En el siglo XVIII, el café cruzó el charco y desembarcó en América del Sur y el Caribe, volviéndose muy popular en la región. Brasil no tardó mucho en convertirse en el principal productor de café, una posición que mantiene hasta el día de hoy. Mientras Colombia, el país “cafetero” como se lo conoce, ostenta el tercer puesto. En segundo lugar, se encuentra Vietnam, algo que me sorprendió y seguro a más de uno, pero resulta que aprovecharon su suelo fértil y clima favorable para la producción de café y así mejorar su economía después de la guerra.
Otro dato que me sorprendió muchísimo: el país más consumidor de café es Finlandia 👀 (consumo per cápita). Otros países con altos niveles de consumo de café incluyen Noruega, Islandia, Dinamarca y Suecia. Probablemente sea por el clima frío y que mejor que una taza caliente de café para pasar el invierno.
Cuenta la leyenda que, en una antigua región de Etiopía, un pastor de cabras llamado Kaldi descubrió los efectos estimulantes del café al ver que sus cabras se volvían más enérgicas después de comer las bayas rojas de un arbusto. El pastor decidió también probar las bayas y experimentó un aumento de energía. La noticia llegó a un monasterio donde los monjes comenzaron a utilizarlas para mantenerse despiertos en las largas jornadas de oración.
En Italia, el consumo de café es parte de su vida cotidiana y de su identidad, siendo el lugar de origen de máquinas para prepararlo y de diversas especialidades de café que hoy se consumen en todo el mundo. Acá en Sicilia, se bebe a diario el clásico espresso, además de especialidades como la crema di caffè y el caffè freddo. También pueden degustarlo en sus helados y en su famosa granita. En el lugar donde trabajo, ofrecemos solo espresso, cappuccino o macchiato. Debo repetir varias veces al día que no hay caffè freddo ni crema di caffè, y preparar una incontable cantidad de tazas de espresso.
Mi trabajo consiste en estar tras la barra, atender clientes, servir bebidas, llevar platos a las mesas y retirarlos. Detrás de mí se encuentran la cocina y las heladeras de bebidas. En frente, la barra; sobre ella, la cafetera; luego, las mesas y, por último, la playa mediterránea. La gente se acerca y me pide un café. Yo leí en un libro que hay múltiples variedades y estilos, pero acá café es sinónimo de espresso. Un sorbo de tan solo treinta mililitros que no demoran más de cinco segundos en tomar. Yo, que disfruto del clásico americano, considerado un sacrilegio por ellos debido a la cantidad de agua que le agrego, no puedo entender dónde está el placer, el disfrute en tan mísera cantidad. No llegan ni a saborearlo, pienso.
Pero resulta que este estilo de café que hoy es parte de la cultura italiana, nace a fines del 1800 y principios del 1900, cuando se inventa la máquina que hacía un café rápido, exprés. Tanto la velocidad de las innovadoras máquinas, con su mecanismo a presión, como la rapidez al tomarlo, le dan el nombre característico. La particularidad de que la gente lo tome aún hoy en día de pie proviene de sus orígenes, cuando el gobierno limitó los precios de productos básicos, entre ellos el café, y para equiparar los costos se cobraba un suplemento por tomarlo sentado en una mesa. Así, la gente se acostumbró a tomarlo rápido, de pie en la barra. Acá es así, los clientes se asoman, te piden un café, a veces sin más palabras mediante, solo te gritan “café”, lo beben en uno o dos sorbos, te dejan un euro y se van. Me satisface ver aquella escena porque es parte de una historia, una cultura, algo muy propio.
Ahora, lejos de la multitud, tomo mi taza de café hecha por mi, en una cafetera que no es la de mi abuela, que no lleva saco. Que no es de vidrio sino de metal. La mesa es larga, sobran sillas. Yo en una punta, sola, lo bebo a sorbos. Mí café es aguachento, incluso el último trago está frío. Pero se asemeja más al café de mi infancia, del café constante, que se comparte. Que se comparte y que se enfría entre charla y charla.
☕