Entre viajes y mates
Reflexiones que nacen de la distancia, de las ganas de volver a las rutas y de la compañía de unos buenos mates.
Cuando decidimos viajar, no unas vacaciones cortas de esas que sabes que te vas quince días y volvés a casa. Cuando decidís que te vas sin rumbo, por varios meses, a un intercambio o con la idea de vivir en otra parte del mundo, tu vida cambia. Porque tomas partes de ese viaje, de los lugares y las personas que conoces, porque una parte de todo eso queda en vos.
Si regresas o si te movés hacia otra dirección, no solo extrañas tu familia y los recuerdos de tu infancia. Ahora también añoras esos momentos del viaje, ese lugar que te hizo sentir diferente, esas personas que se volvieron parte de tu vida.
Esa sensación de querer estar acá y allá, se multiplica por varios puntos del mundo. Quisiera estar con mi familia, pero también con mis amigos, aquellos que dejé en el camino o los que se fueron a otras partes y hoy habitan lejos.
Quisiera tener una máquina del tiempo para quedarme más tiempo en los lugares y con las personas que amo, sin apuros ni presiones. Me gustaría poder teletransportarme para poder visitar Argentina, pero también Chile, Costa Rica, Estados Unidos, Francia o Sicilia.
Siempre que veo a mis amigos de la infancia, las pocas veces que puedo regresar al sur de mi país, digo que es como si no pasara el tiempo. Nos seguimos queriendo y charlando como si no hubieran pasado años entre nosotras. Pero la verdad es que el tiempo sí pasa. Lo cotidiano, las penas y alegrías de cada día se nos escapan sin que tengamos registro. Solo conocemos una parte de nuestras realidades, esas que nos contamos de manera resumida en cada visita.
Por mi parte, desde esta parte del mundo, solo enuncio los grandes cambios, cuento las novedades, si es que las hay. El peso del día a día, las pequeñas tristezas o los momentos de felicidad, la cotidianeidad se quedan conmigo y con las pocas personas con las que comparto diariamente.
🚍Viajar por tierra
Me encanta viajar, salir a la ruta, mirar por la ventana durante horas, escuchar música o leer con el movimiento constante del auto, ese vaivén que te mece y de vez en cuando te sacude en alguna curva para recordarte que estás en movimiento.
Desde que decidí dejar mi ciudad natal y vivir a tres mil kilómetros de casa, cada verano me debatía entre volver de visita o irme a otro lado para conocer nuevos destinos. Los primeros años retornaba sin dudarlo, incluso en invierno. Pero después del primer receso universitario, helado y ventoso en el sur, decidí que no volvería más en esa época. Me había desacostumbrado al clima. Ya no podía con esos días cortos, oscuros, de nieve y calles congeladas.
Cada verano que volvía, lo hacía en colectivo. Aquel camino de regreso me tomaba entre 36 y 40 horas. Y después de apenas una o dos semanas, emprendía el viaje de vuelta: otras 36 a 40 horas en la ruta. Tenía mucho tiempo para pensar, escuchar música, leer o simplemente mirar por la ventana: las matas negras del camino, los coirones, los guanacos cruzándose por el asfalto, los atardeceres más lindos que vi en mi vida, noches estrelladas, largas y silenciosas, rectas interminables, pastos amarillos y verdes, el mar, los campos con sus caballos, vacas y algunas ovejas. Un trayecto extenso, de un paisaje cambiante. Hasta que un día decidí hacerlo en avión. O no volver. Y conocer otros caminos.
😩Unas 60 horitas de viaje
Así conocí varios rincones de mi país y del continente. Recorrí otras rutas, largos viajes en bus, tren, auto y, pocas veces, en avión. Uno de los primeros viajes con amigos fue un trayecto eterno de 60 horas en colectivo desde Córdoba hasta Lima, Perú. No habíamos preguntado el tiempo exacto de viaje y, claramente, no dimensionamos la distancia que estábamos recorriendo. Pensamos que serían unas treinta y pico de horas, lo mismo que hacíamos para visitar a nuestras familias en el sur. Pero resultó ser casi el doble. No íbamos preparadas para tamaña cantidad de horas sentadas y encerradas con otras cincuenta y pico de personas. Por suerte, en el desierto de Atacama alguien nos prestó jabón y shampoo para poder asearnos, y resolvimos el tema de la comida con algunas compras en las paradas programadas… y mucho mate!
Fue un viaje agotador, pero divertido, al menos según lo que recuerdo. Y como dicen que el ser humano es el único que tropieza dos veces con la misma piedra, años después volví a hacer ese eterno viaje de 60 horas. Esta vez en sentido inverso: de Lima a Córdoba.
Resulta que, después de aquella primera vez en la que fui con amigos a conocer Machu Picchu, con mi pareja decidimos viajar en avión, recorrer Perú, Ecuador y Colombia, y volver por tierra, sin una fecha precisa. Queríamos fluir con el camino y los destinos. Pero, cuando intentamos tomar el avión, no nos dejaban salir sin un pasaje de vuelta al país. En el apuro, tomé un taxi hasta Retiro (Buenos Aires) y compré un pasaje de salida de Perú a Argentina: de Lima a Córdoba. Al final del viaje ya no teníamos dinero, así que, una vez más, ese recorrido en bus fue austero… y con mucho mate.
🧉La compañía del mate
Tomar mate es parte esencial del viaje. No se puede viajar, especialmente en auto, sin el mate. Es la conexión con nuestra tierra, nuestro punto de encuentro entre las personas, la mejor manera de generar una conversación en el camino. Incluso viajando sola, me ha permitido conectar con otras personas. Es como una “batiseñal” para otros sudamericanos y el inicio de una conversación con aquellos que lo desconocen. Más de una vez me preguntaron qué era eso que tomaba o, muy directamente, si era “droga”😅
Qué decirte… creo que, para mí, funciona como una droga. Lo necesito a diario, cada mañana es lo primero que hago al levantarme. Mi día no es lo mismo sin él. Es parte de nuestra identidad, una manera de encontrarnos, de no perdernos. Bien dice Hernán Casciari que cuando un chico se hace su primer mate solo, es como un paso a la adultez. A veces es el mejor compañero. Cuando estoy triste, sin dudas, tomar mate me da un poco de calma, de calidez en la distancia. Lo preparo antes de hacer una videollamada a casa, como cuando “pones la pava” porque viene un amigo a visitarte.
Cuando hablo por teléfono con mi papá y me escucha hacer ruido con el mate, repite siempre: “uh, estás tomando mate, que ganas de que alguien me cebe uno ahora” (Ya casi no ve y se rehúsa a hacerse mate solo). Pero si lo llamo y alguien fue a visitarlo, lo primero que me dice es: “estoy tomando mate”, antes que “hola” o “cómo estás”.
"Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.”
Hernan Casciari
El mate también es seguridad. Cuando voy a un evento, a un encuentro con gente desconocida o en los tantos momentos en que estuve sola viajando, el mate me hacía sentir acompañada. Abrazada al termo y con el mate en la mano, listo para cebármelo, era como tener a alguien ahí, sosteniéndome.✨
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Me encanta el amor por el mate, lo veo de afuera y me hace tanto sentido como una tradición que genera pertenencia. Qué rico que lo tengas y lo tengas siempre cerquita. Quizás al mate le puedes contar tus desventuras más cotidianas, aunque no te responda seguro que te escucha. Pero sí, muchos detalles se pierden en la distancia.
Un abrazo! Ojalá poder viajar por tierra pronto.
Me encantó el contenido de Cosa de bien viajar y más aún viajar con mate. Me recuerdamiviaje desde Popayan, colombia hasta Cuzco pasando por Ecuadorhaciendo laruta por el Camino del Guayas primero 18 horas Tulcán-Huaquillas, luego pasar a Tumbes, Tumbes lima 12 Horas y finalmente Lima-Cuzco 30 horas